Una gran gota de sudor cae sobre el vaso de ginebra. Ese vaso que esta apoyado justo en la mesada…el calor de esa cocina parecía aumentar cada vez a tiempo incontrolable…es que en una noche de verano agobiante, nada mejor, que llamar a la delicia terrenal.
Nuestros cuerpos, a medio vestir, solo por unos ajustadísimos boxer, en esa fría mesada de mármol...eran la perfecta ocasión. Nuestros juegos comenzaron de a poco…
Tomaste una frutilla, la mojaste con tus labios, y suavemente, como gota que cae, la llevaste hasta mi pija dura y erecta…la metiste entre tus dientes y mi glande, y empezaste a comértela, junto con mi bulto, que producía un cosquilleo que parecía matar. El género débil no siempre es tan débil, y necesitaba tomar revancha de la situación…el calor, nuestros ardientes cuerpos y las gotas que caían de nuestros cuerpos, incitaban a buscar frescura…
Te di vuelta, y con mis manos, abrí tus nalgas, y comencé a mojártelo a besos, a lengüetazas…hasta sentir que estaba tan dilatado, como para introducir muy lentamente, licor de menta, y degustarlo con mi lengua.
Esa exaltación de la vitalidad de tu órgano era una culminación sexual de grititos y gemidos que pedían a gritos ser devorado con brutalidad y rapidez.
Nuestra lujuria era incontenible…ya una vez encendida, imposible de detener. El delicioso jardín de las delicias terrenales comenzaba una vez más a gestarse.
Te subí entre mis nalgas…apoyándote sobre la dura y fría mesada, logrando que tu cuerpo sufra un tremendo espasmo, contrastando con el hirviente estado de tu piel.
Tomé un poco de licor, y lubrique mi bulto, al igual que ese gran abierto y dilatado orificio, al cual en breve, penetraría con una fuerza digna de pertenecer a Sansón.
Mi cuerpo, bañado en sudor, salpicaba gotas para todos lados...el tuyo, solo se dedicaba a sentir como mi leche acababa dentro y ser testigo de una seguidilla de grititos picaros.
Nos miramos…sonreímos…nos besamos, y nuevamente, volvimos a cojer…hasta que cayo la noche, y con ella la frescura de la lluvia…y con la lluvia, nuestros cuerpos se abrazaron, y acompañaron desde la ventana, el fenómeno caer.
Nuestros cuerpos, a medio vestir, solo por unos ajustadísimos boxer, en esa fría mesada de mármol...eran la perfecta ocasión. Nuestros juegos comenzaron de a poco…
Tomaste una frutilla, la mojaste con tus labios, y suavemente, como gota que cae, la llevaste hasta mi pija dura y erecta…la metiste entre tus dientes y mi glande, y empezaste a comértela, junto con mi bulto, que producía un cosquilleo que parecía matar. El género débil no siempre es tan débil, y necesitaba tomar revancha de la situación…el calor, nuestros ardientes cuerpos y las gotas que caían de nuestros cuerpos, incitaban a buscar frescura…
Te di vuelta, y con mis manos, abrí tus nalgas, y comencé a mojártelo a besos, a lengüetazas…hasta sentir que estaba tan dilatado, como para introducir muy lentamente, licor de menta, y degustarlo con mi lengua.
Esa exaltación de la vitalidad de tu órgano era una culminación sexual de grititos y gemidos que pedían a gritos ser devorado con brutalidad y rapidez.
Nuestra lujuria era incontenible…ya una vez encendida, imposible de detener. El delicioso jardín de las delicias terrenales comenzaba una vez más a gestarse.
Te subí entre mis nalgas…apoyándote sobre la dura y fría mesada, logrando que tu cuerpo sufra un tremendo espasmo, contrastando con el hirviente estado de tu piel.
Tomé un poco de licor, y lubrique mi bulto, al igual que ese gran abierto y dilatado orificio, al cual en breve, penetraría con una fuerza digna de pertenecer a Sansón.
Mi cuerpo, bañado en sudor, salpicaba gotas para todos lados...el tuyo, solo se dedicaba a sentir como mi leche acababa dentro y ser testigo de una seguidilla de grititos picaros.
Nos miramos…sonreímos…nos besamos, y nuevamente, volvimos a cojer…hasta que cayo la noche, y con ella la frescura de la lluvia…y con la lluvia, nuestros cuerpos se abrazaron, y acompañaron desde la ventana, el fenómeno caer.