El placer de tocarse uno mismo.



Una calurosa tarde de enero, quise regalarme una noche de amor loco conmigo mismo.
Me acordé de este tema, tan sensual y exquisito.
Traspasé la puerta, y me pare frente al espejo. Entre mi clon vidriado y yo, solo existía un límite, convertirnos insaciables.
Cerré los ojos, y comencé…
Fricciones profundas y precisas se devenían en gemidos de lujuria impagable.
Movimientos calientes, gestos de exorcismos y la magia de la masturbación.
Alojaba en ese espejo, las mejores cualidades de un amante. Besos, mordiscos, manoseos y lamidas.
Mientras mi cuerpo se empapaba de sudor y picardía, yo deseaba más.
Veía mi erección motivada, apenas humedecida. Y veía en mí, las ganas de volverme una cajuela de sonidos góticos, capaz de revivir una trama perversamente oscura.
Lo empecé a hacer más rápido, hasta ver ese pequeño líquido semental, tan transparente, tan elástico, tan perfumado.
Imaginaba un clon mutuo, penetrándome como el mejor semental, y en la confidencia del propio incesto.
Y me entregué al delirio, vendiéndome a los mejores cuerpos de mis comienzos homosexuales. Los dejaba humeder, morder, tocar, lamer, incluso hasta penetrarme con sus puños tan duros.
Tengo el infierno ganado, pero aun así, quise vivir el último delirio, empapado de lujuria. Y justo ahí, cuando creía llegar al infierno, mi verga estalla de calentura, con dos potentes chorros de semental potencia blancuzca. Y sonrío al espejo, viéndome todo salpicado de lujuria.
Imposible no entregarse a la satisfacción, puesto que, he descubierto que tener sexo con uno mismo es simplemente, dejarse entrar en la mas sana morbosidad. Y que mejor que ser un guarro cuando de sexo se trata.

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